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Reseñas

14/04/2025

¡No me gusta el agua! de Eva Lindström – La dignidad de ser uno mismo

Una historia que no pide explicaciones ni ofrece moralejas. Un álbum sobre el agua que no habla sólo del agua. Una historia que acompaña a quienes sienten distinto, que mira con respeto y sin prisa
 ¡No me gusta el agua! de Eva Lindström – La dignidad de ser uno mismo

Una voz que no se impone

Hasta que la Editorial Gato Sueco la trajo a España, la obra de Eva Lindström era un tesoro desconocido para muchos lectores en nuestro país. Una vez más, esta editorial nos acerca un álbum que no teme ser distinto, ni en la forma ni en el fondo, y vuelve a abrir un espacio de lectura serena, profunda y respetuosa

¡No me gusta el agua! es un libro que acompaña desde el respeto. No interrumpe, no empuja, no señala. Sólo está. Como Alfred, se mantiene en su lugar sin hacer ruido, pero con la fuerza tranquila de quien no necesita justificarse. En su manera de contar hay escucha, cuidado, y un tipo de comunicación que no exige, sólo ofrece.

El cuerpo como frontera

Alfred no quiere mojarse. No le gusta el agua. Ni los lagos, ni las acequias, ni las piscinas, ni los charcos. Y lo dice con una sinceridad tan directa que roza la ironía, sin explicaciones ni adornos. Lo que empieza como una frase que podría parecer caprichosa, pronto se revela como algo mucho más profundo: una vivencia corporal, una forma de estar en el mundo.

Este álbum puede leerse, por supuesto, desde la experiencia sensorial. Alfred no tolera mojarse, se desborda cuando se le moja una bota, cuando el frío se le mete hasta los huesos o cuando la humedad deshace sus bocadillos. Pero hay algo más allá: el cuerpo se convierte aquí en frontera y en refugio, en ese límite que otros traspasan sin dificultad, pero que para él es infranqueable.

 

Un lugar en el mundo, con cordel

Alfred no participa de lo que todos los demás disfrutan, y eso lo deja en una posición delicada: está con el grupo, pero no hace lo mismo que el grupo. Observa, evalúa, decide no hacerlo. Y su autora, maravillosamente, nunca lo juzga ni lo empuja. No hay transformación mágica. No hay final edulcorado. Alfred no aprende a disfrutar del agua. Aprende a estar cerca de ella a su manera.

Este gesto –el de tumbarse en su colchoneta atada con un cordel a la orilla, mientras los demás chapotean– es profundamente simbólico. No se trata de inclusión forzada, sino de encontrar una forma propia de pertenecer sin dejar de ser uno mismo.

La infancia sin maquillaje

Las ilustraciones de Lindström, como es habitual en su obra, sostienen con coherencia esa narrativa: los paisajes tienen tonos apagados, grises, amarillos, ocres. Los cuerpos son delgados, a veces torpes, a menudo desplazados. El entorno no es idílico: es real. Vemos la ropa mojada tirada, los objetos revueltos, los árboles pelados. Todo respira esa infancia imperfecta, honesta y bella, no siempre feliz, pero sí verdadera.

Decir “yo no quiero” sin culpa

Alfred se sostiene con una voz propia, irónica, resignada, lúcida. Cuando Igor se mete en el río, él contesta: "¡Adelante!" No con desprecio, sino con esa sabia distancia de quien ha aprendido a decir “yo aquí no entro, gracias” sin que eso le reste valor a su estar.

El tono que atraviesa la narración no busca la risa fácil ni la burla. Es un humor seco, contenido, cargado de sinceridad y contradicción, que logra algo muy poco habitual: usar la ironía con respeto, sin ridiculizar al personaje ni convertir en chiste lo que para él es serio. Lindström no se ríe de Alfred. No lo corrige, ni lo mejora, ni lo transforma en héroe. Lo deja ser. Y eso, en literatura infantil, es mucho más que un estilo: es una posición ética.

El grupo que no empuja

El grupo, por su parte, no lo margina ni lo salva. Simplemente lo deja estar. Y eso también es importante: no hay moralización ni lecciones al uso, ni niños “malos” ni finales ejemplares. Sólo una convivencia posible, a ratos caótica, como lo es casi siempre la infancia.

¿Y si a veces es el mundo el que se adapta?

En invierno, el agua se congela y Alfred puede por fin disfrutar. No porque haya cambiado, sino porque el mundo, por un momento, se ha adaptado a él. Esa inversión simbólica –el entorno que cede, en lugar del niño– es una joya narrativa que rara vez se ve en la literatura infantil.

Cuando estar es suficiente

Este álbum es también un canto a los niños que observan, que no se lanzan, que necesitan tiempo, que no participan como los demás. Y un recordatorio para los adultos: estar al margen no siempre es un problema. A veces es una elección sabia.

¡No me gusta el agua! es mucho más que la historia de un niño que no quiere mojarse. Es un álbum sobre el derecho a sentir distinto, sobre el valor de no encajar sin conflicto, sobre la posibilidad de estar sin hacer, de participar sin lanzarse, de pertenecer sin dejar de ser uno mismo. Habla de límites personales que se expresan con claridad y merecen ser respetados. De cuerpos que no se fuerzan. De amistades que no exigen simetría. De grupos que no juzgan. De adultos que saben esperar. Habla también del entorno como parte activa: a veces no es el niño quien debe adaptarse, sino el mundo el que puede aflojar un poco para que todos podamos estar.

Es un libro que reivindica la diferencia sin convertirla en problema, que acompaña con cuidado, que no corrige, no redime, no empuja. Da voz a Alfred y a tantos niños que sienten como él. Y si esa voz pudiera decirlo con palabras, quizá sonaría así:

No necesito que lo compartan ni que me convenzan. Sólo que respeten mi ritmo y mi forma de ser. Que no me apuren, que no me empujen, que no vean un problema donde no lo hay.

 

Ficha del libro

Título: ¡No me gusta el agua!
Autora: Eva Lindström
Ilustraciones: Eva Lindström
Editorial: Gato Sueco
Año de publicación: 2024
Formato: Álbum ilustrado, tapa dura
Temas: Diferencia, respeto, límites personales, pertenencia, vivencia sensorial, infancia, observación, humor

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