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13/05/2025

Lo que sucede cuando no sucede nada: el valor de los cuentos infantiles que narran lo cotidiano

Libros que nos invitan a una lectura lenta, atenta y emocional. En la literatura infantil, también hay espacio para lo pequeño, lo no resuelto, lo que deja eco. Estas historias acompañan a la infancia sin prisa, y abren sentido sin imponer respuestas.
Lo que sucede cuando no sucede nada: el valor de los cuentos infantiles que narran lo cotidiano

Lo cotidiano como territorio literario

Durante años, la literatura infantil ha estado dominada por fórmulas narrativas en las que el conflicto es claro, la acción avanza a ritmo de vértigo y el final cierra con lección. A cierta distancia de ese enfoque dominante, hay una corriente más silenciosa que elige mirar lo pequeño. Se trata de obras que no buscan entretener a toda costa, sino cultivar una forma de atención distinta. No prometen grandes enseñanzas, pero si se leen con cuidado, dejan una huella duradera.

Lo que se cultiva sin que lo veamos

Es posible que, al tomar por primera vez uno de estos libros, cueste encontrar su significado. Ocurre como con esas imágenes de ilusiones ópticas que requieren un entrenamiento del enfoque visual para que aparezca lo oculto. Lecturas como estas requieren un ajuste en la mirada: no revelan todo de inmediato y una vez se entra en su ritmo, muestran una profundidad que no se impone, pero que se despliega si se habita. 

Esa transformación, íntima y silenciosa, es la que da sentido a su lectura. En cierto modo, dan lugar a formas de pensamiento más profundas e intuitivas, que raras veces se activan con lecturas que explican o resuelven todo. No ofrecen respuestas cerradas, sino que invitan a proyectar vivencias propias, a rellenar huecos con lo que cada lector trae consigo. El libro propone una atmósfera, pero el contenido, la emoción, la resonancia, lo pone quien lee. Y cuando eso ocurre, surge ese cosquilleo interior: un placer sutil, inesperado, que nace no de lo que se lee, sino de lo que se moviliza dentro. El relato, ya sea visual, narrativo o ambos, toca algo muy íntimo, algo que no sabíamos que estaba esperando a ser tocado. ¿No es ahí, quizás, cuando se produce el amor por la lectura?

No es casualidad que muchas de estas historias estén construidas con una narración aparentemente sencilla. Pero esa sencillez no es pobreza, sino una forma de depuración. Se trata de obras en las que cada palabra, cada silencio, cada imagen ha sido escogida con precisión.

Paciencia y espera

Leer una historia que no explica todo de forma explícita, que deja espacios para interpretar y sentir, es en sí mismo un acto de resistencia. En un mundo que premia la prisa, estas narraciones permiten y acompañan la experiencia de no saber, de esperar, de escuchar el propio ritmo. Cultivamos la paciencia sin siquiera nombrarla

Observación y sensibilidad

Cuando no hay un gran conflicto, la lectura se vuelve una invitación a mirar de cerca: un gesto, una pausa, una mirada. Niñas y niños desarrollan una sensibilidad especial para lo sutil, para eso que no siempre se dice, pero se intuye. Se pone en práctica la lectura entre líneas, también en la vida.

Empatía silenciosa

Relatos que no explican las emociones, pero las muestran sin necesidad de resolverlas. Y al hacerlo se abre un espacio de empatía tranquila y profunda. No se trata de identificarse con héroes, sino de reconocerse en lo cotidiano: en la espera, en el deseo, en el fracaso, en las contradicciones, en los conflictos, en la soledad,...

Aceptación de la vida sin fuegos artificiales

No todos los días son inolvidables, ni todas las vidas están llenas de proezas. Y eso también está bien. Estos relatos permiten aceptar lo que simplemente es. Transmiten, sin decirlo, que la vida ordinaria también merece ser contada.

Una lectura que también requiere acompañamiento

No es que los temas cotidianos resulten aburridos. Es que piden otro tipo de presencia. Una lectura sin prisa. Una mediación que sostenga los silencios. A veces, necesitan que un adulto abra la puerta: que legitime lo pequeño, que valore lo sencillo, que no interrumpa con explicaciones innecesarias. Cuando eso ocurre, la experiencia se transforma.

Quizá no lo veamos de inmediato, pero leer con esta perspectiva es ofrecer a la infancia algo inmenso: la posibilidad de estar, de sentir sin urgencia, de reconocerse sin tener que cambiar. En una cultura que corre, leer sobre lo cotidiano invita a quedarse.

Y eso, también, es crecer.